He encontrado, por suerte, el modelo concreto de muñeco que yo tuve. Como veis, se trata del muñeco del príncipe de Cenicienta, al que yo llamé Enrique por la película Por Siempre Jamás. Durante todo el tiempo que lo tuve, tengo que decir que este muñeco fue muy pagafantas. Lo compré porque quería un novio para mi muñeca Madeleine, lo que podemos entender como un matrimonio concertado, vamos. El caso es que los casé, pero este muñeco pronto acabó en el baúl, sustituido por mi muñeco de Peter Parker con muda de Spider-Man. Y prácticamente no volvió a salir del baúl. En años. Hasta que se lo regalé a mi prima Jimena, que tenía una muñeca de Cenicienta. Otro matrimonio concertado. Arreglé su traje (el raso se desgarra y deshilacha con facilidad), encontré sus zapatos y lo puse a punto. El verano pasado descubrí que mis primas lo habían perdido. Triste y desagradecido final de un muñeco que durante todo su tiempo no fue reconocido y fue tratado de la manera más desagradecida posible.
De la misma manera que sólo fue relevante durante un tiempo en mi habitación, el Príncipe Enrique cobra poco protagonismo en La Princesa y Yo. Como ya se ha dicho en anteriores entradas, el Príncipe Enrique es el segundo hijo de la Emperatriz Reyna, y según la antigua ley del Reino de París, el Heredero por nacimiento. Pero la Emperatriz modificó la ley para que pudiese reinar su primogénita, Barbie. Reyna siempre dijo que era para mantener el poder de las muñecas, pero las habladurías rumoreaban sobre la posible falta de un hervor en el Príncipe (al estilo Infanta Elena). Enrique, al igual que Barbie, acompañó a su madre a San Francisco. Volvió a París varios años después, pues un grupo de antiguos cortesanos, entre ellos Epi Cosquillas, defendía los derechos al trono de una muñeca a la que presentaron como la desaparecida Princesa Barbie. Al haberse perdido los zapatos que legitimarían a esa muñeca como Heredera, la Emperatriz envió a Enrique a comprobar la identidad de la muñeca, que resultó ser finalmente una impostora instruida por el grupo de estafadores. Madeleine era una muñeca imitación Barbie, actriz de profesión, que había aceptado el encargo a cambio de una buena vida. La buena vida le llegó cuando el Príncipe, tras negarla como Heredera, y ella se enamoraron, un romance que escandalizó a los restos de las descompuestas monarquías europeas. Se casaron en el París decadente y medio abandonado ya por la Revolución, convertida en República, cuyos dirigentes estaban más esmerados en intentar levantar el país que en decapitar aristócratas. Se celebró una boda fastuosa, a la que asistieron los nuevos ricos a falta de asistentes de las familias reales, que boicotearon la boda negándose a asistir. De hecho, tres bodas se celebraron: en París, en Metrópolis y en la Ciudad Playmobil. La pareja vivió feliz y desahogadamente hasta que apareció en la vida de Madeleine un periodista, llamado Peter Parker, que hizo tambalearse el matrimonio. Ella, dividida entre un inevitable enamoramiento y su sentido de la fidelidad, se vio obligada a pedir el divorcio para evitar que se manchase en exceso la imagen del Príncipe. Tras un tiempo breve, Madeleine confesó a Enrique que seguía enamorada de él, pero que necesitaba un tiempo sola para reflexionar. Madeleine planeó un viaje para aislarse, volver al trabajo, a su vida anterior y recomponerse, pero un accidente de coche truncó sus planes y acabó con su vida. La prensa sensacionalista se puso las botas y atribuyó su muerte a la famosa maldición de los juguetes para niñas. Enrique se instaló en una finca a las afueras de Metrópolis, pues París ya había sido definitivamente abandonada, viviendo en el anonimato hasta que su madre le concertó un matrimonio con una princesa europea. Sin embargo, Enrique murió en circunstancias misteriosas antes de la boda.
No se sabe con certeza aún si la muerte de Enrique es atribuible a la ya mencionada maldición, pues está fuera del plazo de siete años de la misma. Se cree que los siete años no es el plazo para que la maldición haga efecto, sino el tiempo durante el cual maldice a todo juguete para niñas que pisara la Habitación. Es decir, puede tardar mucho en actuar. Otras fuentes sugieren que esta demora se debe a que el Príncipe, a pesar de ser un muñeco para niñas, era un muñeco y no una muñeca, lo que pudo hacer que la maldición no se manifestase en toda su intensidad.
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